Chile, natalidad que preocupa
- De acuerdo con las últimas cifras entregadas por el INE, nuestro país sufre una disminución constante en su tasa de natalidad, que en 2023 alcanzó la cifra de 1,16 hijos/as por mujer, una de las más bajas de América Latina.
La Tasa Global de Fecundidad, que entrega cada año el Instituto Nacional de Estadísticas (INE), informó en 2022 que la cifra nacional de nacimientos había llegado a 1,25 hijos/as por mujer y, de acuerdo con datos provisionales de 2023, ese valor se redujo a 1,16, una de las cifras más bajas en la historia del país.
Eso se suma a que, si bien los nacimientos el año 2022 aumentaron -con respecto a 2021- producto del “efecto rebote” que generó la pandemia del Covid, en 2023 volvieron a disminuir.
Pía Rodríguez Garrido, investigadora adjunta del Instituto de Ciencias de la Salud de la Universidad de O’Higgins (UOH), explica que ese pronunciado descenso en la tasa de natalidad en Chile, no puede entenderse simplemente como un cambio de preferencias individuales. “Se trata de un fenómeno complejo, multifactorial, y profundamente enraizado en transformaciones estructurales de tipo económico, sociocultural y político”.
La experta aclara que entre las causas más relevantes destacan los cambios socioculturales, “particularmente el mayor acceso de las mujeres a la Educación Superior y al mercado laboral —demandas históricas de los movimientos feministas—, lo que ha llevado a postergar o reducir el número de hijos/as”. Agrega que esta conquista de autonomía, sin embargo, ha tenido lugar en un sistema que no ha logrado garantizar políticas efectivas de conciliación laboral y familiar. “La inexistencia de una red pública robusta de cuidados, como salas cunas accesibles o permisos parentales igualitarios, refuerza la idea de que criar en Chile es una tarea individualizada y altamente costosa, material y emocionalmente, sobre todo, para las mujeres”, destaca la investigadora UOH.
Incertidumbre económica
La Dra. Rodríguez señala que la incertidumbre económica es otro factor central. “El aumento sostenido del costo de la vida, la precarización laboral y los niveles de endeudamiento estructural que afectan a las familias chilenas, desincentivan la decisión de tener hijos. A esto se suman transformaciones culturales profundas: hoy existe una mayor valoración de los proyectos personales y profesionales sobre la maternidad tradicional, resignificando el lugar de la familia y su organización en los proyectos de vida”.
Asimismo, detalla que el acceso a métodos anticonceptivos modernos y gratuitos, en el marco de una política de salud pública que reconoce los derechos sexuales y reproductivos, ha permitido una mayor planificación familiar. “No obstante y paradójicamente, este logro se enfrenta a un ecosistema urbano adverso para las infancias. Ejemplo de ello, ha sido la urbanización masiva, los espacios reducidos -como los guetos verticales de Santiago centro- y la carencia de áreas verdes, que hacen que criar en las ciudades sea cada vez más inhóspito. Sumado a ello, se vislumbra un fenómeno demográfico de fondo: el envejecimiento poblacional, que no sólo reduce la tasa de nacimientos de manera natural, sino que demanda replantear, cómo concebimos la infancia en una sociedad cada vez más adultocentrada”.
Aumento de natalidad extranjera
A diferencia de lo que ocurre con las familias chilenas, los nacimientos de madres extranjeras en Chile ha incrementado, de acuerdo con cifras del INE. En 2017 el 6,9% de los nacidos tenía como madre a una mujer de origen extranjero, mientras que en 2022 ese valor aumentó a 18,9%. De 35.864 nacidos vivos en 2022, un 20,3% fue de madres venezolanas, seguidas por peruanas (10,6%) y haitianas (10,0%).
Respecto a este aumento de la natalidad entre mujeres extranjeras, la investigadora asegura que es fundamental no caer en explicaciones reduccionistas. “Entre los factores destacan los contextos culturales de origen, donde los patrones de natalidad son tradicionalmente más altos que los chilenos. La migración hacia Chile representa, para muchas, una oportunidad de acceder a mejores condiciones socioeconómicas, estabilidad, y mejores servicios de salud sexual y reproductiva -particularmente para la gestación y el parto-, lo que incentiva la construcción de proyectos familiares”, explica.
Agrega que, desde una perspectiva demográfica, “el aumento de nacimientos de madres migrantes puede mitigar el envejecimiento poblacional, diversificar la sociedad y dinamizar la economía. Pero si este proceso no es acompañado por políticas de integración intercultural profundas, corre el riesgo de reforzar tensiones sociales y desigualdades estructurales”.
Incentivos
Para la experta, en este escenario previamente analizado, las políticas públicas no pueden reducirse a incentivos económicos aislados. “Se necesita una estrategia de Estado que articule la creación de una red pública de cuidados sólida y universal; políticas de conciliación laboral efectivas, que incluyan permisos parentales extendidos y corresponsables; garantías para una crianza digna en entornos urbanos amigables y accesibles; políticas migratorias basadas en la interculturalidad, el respeto de derechos y la promoción de ciudadanía plena”, detalla.
Por último, añade que la caída de la natalidad no es el problema en sí mismo: “es el síntoma de un modelo social que hace inviable la reproducción de la vida en condiciones dignas. Más que pedir a las mujeres que tengan más hijos, deberíamos preguntarnos: ¿en qué condiciones les estamos pidiendo maternar? Y ¿qué tipo de sociedad pretendemos construir?”.
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