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En Chile las corrientes migratorias son un fenómeno de larga data y por ello se pueden
distinguir periodos históricos con diversas características. Teniendo en consideración la
historia reciente de este país, un primer momento relevante de migración lo constituye la
llegada de personas provenientes de Europa durante el siglo XIX y el siglo XX (Cano & Soffia,
2009). Un segundo momento se da a partir del golpe de Estado de 1973, que produjo un
éxodo significativo de chilenos que emigran a países europeos y Latinoamericanos en
calidad de refugiados políticos (Bolzman, 1993; Pozo, 2004). Con el retorno a la democracia,
desde 1990 en adelante Chile comienza paulatinamente a destacarse como modelo de
crecimiento económico y de estabilidad política y social en Latinoamérica. Ese contexto
permite la reducción significativa de la pobreza y en términos generales, la posibilidad de
contar con mejores expectativas económicas y de bienestar material. Esto significa que
históricamente Chile está en mejores condiciones que antes; y geográficamente, el país
posee una situación comparativamente mejor que otros países de la región. Y es así como
Chile se constituye en un destino atractivo para personas de otros países de América Latina
que deciden migrar al país para mejorar sus condiciones de vida (Salas, del Río, Kong & San
Martín, 2016). Por cierto, existen distintos motivos para que personas de otros países
decidan venir a Chile. Entre estos se pueden destacar: extranjeros con vínculos con
ciudadanos Chilenos, motivos laborales, razones políticas, reunificación familiar, etc. (Rojas
& Silva; 2016).
De esta forma, Chile pasa de ser un país emisor de migrantes a constituirse en un destino
de migración (Castillo, 2016: 5), lo que da cuenta de un nuevo patrón migratorio a nivel
nacional (Cano, Soffia & Martínez, 2009). Dicha dinámica ha recibido el nombre de Nueva
inmigración (Pavez & Lewin, 2014).1 Y este fenómeno ha sido estudiado por destacados
académicos nacionales. Evidentemente estos autores han contribuido a entender algo que
podríamos nombrar como una nueva cuestión social. Sin embargo, tal como señala Pavez y
Lewin (2014); y también Tijoux (2013), el foco generalmente se ha centrado en la población
adulta y no en niños y niñas migrantes o hijos e hijas de migrantes. Eso es un problema en
tanto las primeras generaciones de migrantes, cuando ya logran cierto nivel de estabilidad
económica, buscan formas para que sus familias puedan reunirse con ellas en el país de
destino migratorio. A su vez, esta reunificación familiar y la formación de nuevas familias
posibilitan el nacimiento de niños, niñas y adolescentes descendientes de migrantes, los
cuales se enfrentan a matrices de inclusión/exclusión social (Rojas, Amode & Vásquez,
2015) como el sistema escolar.